Solemnidad de María, Madre de Dios

by Padre Pablo Ybarra, C.S.C., V.F.  |  01/01/2023  |  Pastor's Letter

Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo,
Quisiera reflexionar sobre el fenómeno de Nuestra Señora y la devoción a Ella. Conocemos la importancia de María para la Nueva Evangelización de la Iglesia. En Ella se encuentra ese espíritu nuevo que la Iglesia necesita para afrontar los problemas de hoy y construir el mundo de mañana. Ella, de este modo, es un modelo perfecto de la Iglesia del futuro.

Y María es el modelo de esta Iglesia peregrina hacia el Padre. Ella, en todo su ser, está orientada hacia lo eterno, lo divino, hacia la realidad sobrenatural que es Dios. María vive y trabaja sólo para Dios y sus intereses.

Pero no es como una señal de carretera que sólo indica el camino, la dirección, sin acompañar al peregrino. Así como la madre natural conduce a sus hijos hacia Dios, María lo hace como auténtica Madre. Y si nos atrae hacia Ella, lo hace sólo porque Dios lo quiere, y porque en su corazón materno puede conducirnos al Corazón de Dios, de un modo más fácil, más rápido y más seguro.

Pero en este camino hacia Dios no estoy solo. Porque una gran multitud de hermanos y hermanas siguen la misma ruta. Toda la Iglesia está en camino, está en marcha hacia Dios. Somos una Iglesia de peregrinos, en busca de la patria celestial.

Por eso, el Concilio Vaticano II definió a la Iglesia de hoy como un pueblo en camino, un pueblo peregrino.

La Iglesia no es sólo un pueblo peregrino: es también un pueblo de esperanza. Porque la esperanza es la virtud de los peregrinos. La esperanza es la virtud más olvidada de los cristianos, pero la más necesaria para seguir el camino de la vida.

La esperanza mantiene a flote el corazón de los cristianos. Hacemos algo más que andar a flote cuando hay esperanza, y cuando a uno le vence el cansancio, es porque se le acaba la esperanza.

Mientras hay vida, hay esperanza. Vivir es tener deseos, vivir es anhelar algo y esforzarse por conseguirlo. Siempre estamos esperando algo: aprobar los exámenes, ascender en el trabajo, tener una casa, un televisor más grande. Y cuando una de estas esperanzas se ve truncada, entonces nos sentimos amargados y dolidos.

Pero lo curioso es que también nos sentimos vacíos cuando conseguimos lo que tanto deseábamos. Antes creíamos que con esa cosa seríamos plenamente felices, que no nos faltaría nada más. Pero cuando una esperanza se cumple, surgen otros anhelos y sentimos que aún no estamos satisfechos.

Siempre deseamos algo nuevo, porque lo viejo, lo que ya tenemos, no nos ha llenado. La fiebre de lo nuevo se ha convertido en una enfermedad para el hombre de hoy.

Resulta que no hay nada puramente terrenal que pueda llenar y satisfacer nuestro corazón. Nuestro anhelo es demasiado grande para este mundo. Nuestra hambre de felicidad sólo será satisfecha en Dios y sólo con Él. Sin Él, el corazón humano quedará eternamente insatisfecho.

La Virgen glorificada en el cielo es para nosotros un signo de verdadera esperanza y promesa. En Ella podemos ver prefigurado nuestro propio destino, el final feliz de nuestra transfiguración.

Ella nos enseña a no vivir para las cosas de este mundo, a hacer de nuestra vida en la tierra un camino hacia la Casa del Padre.

María vivió así y hoy está en cuerpo y alma en la Casa del Padre-Dios. Ella, ya en el cielo, nos asegura -la esperanza de nuestra vida- la promesa del cielo.

Queridos hermanos y hermanas, nuestra vida, como la de María, debe ser un camino hacia el cielo, un volverse hacia el cielo, un vivir en compañia de Dios, de la Virgen María, de todos los santos.

Y entonces la muerte sólo significará para nosotros un don. Todas las barreras terrenas caerán. Será como una puerta que se abre a la comunión total con Dios, con María y con los Santos, finalmente en casa, en la Casa de Nuestro Padre.

Agradecidamente vuestro en Cristo,
Padre Pablo Ybarra, C.S.C., V.F.
Párroco

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